POR VELIA GOVAERE VICARIOLI

Vivimos tiempos de transición. Estamos apenas saliendo de un período de certezas y ya la incertidumbre comienza a dominar el horizonte. Estábamos marcados por el signo de una globalización reputada inagotable, pero el mapa geopolítico y comercial de las naciones se ha venido alterando. Los primeros puntos de advertencia de cambio fueron sociopolíticos y se dieron simultáneamente a ambos lados del Atlántico, con el Brexit y la victoria electoral de Donald Trump. Ambos acontecimientos cumplían la profecía de Stiglitz, quien diagnosticó, desde 2002, “el malestar de la globalización”.

Pero a pesar de su ascendiente, como premio nobel de economía, su advertencia quedó desatendida y los pueblos siguieron estrategias de desarrollo desigual a largo plazo. Así lo reconoce, un poco a destiempo, Jake Sullivan, Consejero de Seguridad Nacional de la administración Biden: “la hipótesis predominante era … que los beneficios del comercio acabarían repartiéndose ampliamente entre las naciones. Pero lo cierto es que esos beneficios no llegaron a muchos trabajadores. La clase media estadounidense perdió terreno, mientras que a los ricos les fue mejor que nunca” (Brookings Institution, 27/04/2023).

Ese proceso se fue ahondando hasta que la insatisfacción social rompió la burbuja ideológica, con graves secuelas políticas. Ahora estamos ante un segundo viraje en menos de 40 años, si asumimos que el último punto de inflexión fue el final de la Guerra Fría. En ese punto arrancó la globalización bajo una égida unipolar y hoy los tiempos apuntan a un mundo multipolar.

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Artículo publicado en Periódico La Nación, 15 de septiembre 2023
La autora es investigadora de OCEX y catedrática de la UNED