Palabras de Velia Govaere Vicarioli, en el evento "Propuestas para fortalecer la funcionalidad y calidad de la democrácia costarricense: Informe final de la Comisión Presidencial".
El fondo de la problemática nacional que nos convoca es el acumulado de condicionamientos administrativos, legales e institucionales que obstaculizan la gestión pública. Se habla de dificultades de gobernabilidad, pero se trata al fin y al cabo de un tema de gestión. El gobierno ha convocado a un grupo de hombres de bien, representantes de un amplio espectro político e ideológico, con experiencia en sus respectivos campos, que no responde a los intereses particulares de la actual administración y que busca con sus propuestas colocarse por encima de la marea y ofrecer vías concretas que mejoren las condiciones actuales de gobernabilidad.
Lo más interesante de sus propuestas es su carácter integral, ya que abordan un sinnúmero de aspectos de la administración, que se extienden desde el funcionamiento de la Asamblea Legislativa, hasta el relacionamiento entre los poderes del Estado. Su lista de propuestas va desde lo obvio –como lo es la reforma al reglamento de la Asamblea Legislativa- hasta lo polémico, con una transformación de nuestro sistema de gobierno, que exigiría probablemente reformas constitucionales.
En mi criterio, más allá de la opinión que podría merecerme la mayor parte de sus propuestas, que siento en general muy razonables, yo siento que para poder ser puestas en vigencia sería necesario la superación de las mismas dificultades de gestión que las propuestas apuntan a resolver. Es un reto formidable porque la misma convocatoria de los notables parte de problemas de gestión pública cuya existencia es el primer obstáculo para llevar a cabo sus propuestas. La primera pregunta que surge es precisamente si como pueblo confiamos o no en nuestra capacidad de cambio positivo.
La gran pregunta es si estamos maduros o no para abordar una constituyente y enfrentar una transformación de fondo de nuestro sistema político. Esa no parece ser la opción nacional habitual, ya que en nuestra idiosincrasia siempre la prudencia ha sido más fuerte que la audacia. Al fin y al cabo hasta la misma independencia nacional nos resultó “sospechosa”. Así somos. Recordemos que a pesar de toda la fuerza política de don Pepe, después de la victoriosa revolución del 48 y su pertinente convocatoria a constituyente, es sabido que no logró con ella todo lo que se proponía. Don Rodrigo Arias, con más experiencia que nadie en la conducción exitosa de una agenda pública, había advertido de la necesidad de una nueva constituyente, sin que, en su momento recibiera mayor apoyo. Ahora, la sensación vuelve de que una constituyente es un propósito demasiado grande, y eso nos lleva a propuestas puntuales, de las cuales se adoptará la agenda parcial de lo que aparece como posible. Así nos fue anunciado.
¿Será eso suficiente? Probablemente no. Nuevos parches serán convocados luego para remendar prendas viejas. Tal vez sea lo más recomendable. Tal vez lo único posible. En todo caso, pareciera que tenemos los resquemores propios de nuestra idiosincrasia y tal vez ni eso logremos.
Lo complicado de esta propuesta es que aparece, en período electoral, y eso dificulta los consensos para los cambios. El problema que yo miro es que el período electoral es el único período donde el disenso es lo bienvenido. De hecho en este período los costarricenses exigen y esperan de las tendencias políticas que muestren precisamente sus diferencias para escoger caminos alternativos. Ese es el enorme desafío, buscar consensos en período de disensos.
Aunado a eso las propuestas tienen el riesgo de convertirse en ejercicio literario de debates interminables, sin una fuerte agenda de ejecución, que exige un consenso nacional cuando tenemos un espectro político atomizado, donde cada medida aparece como amenaza y cada propuesta puede ser obstaculizada por el sistema institucionalizado de chantaje político, donde el mecanismo de obstrucción está entronizado.
La reforma en el reglamento legislativo va a ser la prueba ácida. He de confesar que tengo una curiosidad sana por saber algo: ¿Con qué reglamento se va a reformar el reglamento de la Asamblea Legislativa, a quien la constitución política le otorga exclusiva autonomía en su autoregulación? Si el actual reglamento todo lo impide, con mucha más razón también impedirá su reforma. Es decir, se requerirá de un consenso amplio, sólido, fuerte, precisamente en vísperas de los grandes choques previos a la elección de directorio legislativo.
Esa es la moneda de curso en este período, cuando para tener una mayoría legislativa funcional con el ejecutivo, se necesitó del mal menor de poner en la presidencia de la comisión de derechos humanos una visión intransigente, minoritaria y prejuiciada, que es afrenta pública, en un país con tan arraigada herencia de tolerancia. Ese tipo de negociaciones serán posiblemente las que se requerirán para hacer avanzar la agenda de ejecución de las propuestas. ¿Cuántas misas vale París?
Por otra parte, ayer nos anunciaron el mapa de ruta que nos aguarda. Falta la letra menuda del ¿Cómo, cuándo y con qué mecanismos y alianzas se llevará a cabo una agenda realizable en el tiempo que nos queda?
Yo quisiera sumarme al optimismo y decir “¡Sí se puede!”, como decía el candidato Obama en su primera campaña electoral. Aunque no puedo dejar de lado que el mismo presidente Obama, en su segunda campaña ni se le ocurrió decir que sí se podía, cargado como estaba de todo lo que no pudo.
El realismo político básico nos demanda tener en cuenta que adolecemos de capacidades de gestión del cambio. Si la crisis de gobernabilidad de los últimos años le ha puesto límites a la capacidad de gestión de las últimas administraciones, esas mismas trabas de la gestión normal se agudizan todavía más cuando vamos más allá de lo ordinario, buscando la transformación que implica una capacidad de gestión del cambio. Ese es el reto.
¿Somos testigos o somos actores? En todo caso o somos parte del cambio o somos parte del problema. La academia ha seguido hasta ahora este debate, con la prudencia que exige su visión universitaria, comprometida y pluralista. La UNED, con este tipo de actividades auspicia un diálogo abierto y realista, siempre en búsqueda de las transformaciones que hagan más cercanos nuestros ideales de una democracia de calidad.
Muchas Gracias.