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POR VELIA GOVAERE VICARIOLI

Una sombra ética permanente acompaña el desarrollo civilizatorio. Avances científicos y tecnológicos ya se traducen en una revolución agrícola que tiene la capacidad de erradicar completamente las carestías alimenticias del orbe. Pero la ética viene con rezago de la técnica y la codicia prevalece sobre la solidaridad. Eso nunca ha sido más cierto que ahora.

No es algo nuevo. Ya en 1821, Percy Shelley condenaba una civilización que avanzaba indiferente al dolor. “Tenemos más conocimientos científicos y económicos que los que necesitamos para una distribución equitativa de los productos que multiplican”. Tenía toda la razón del mundo. La política es el condensado de la ética social y, como tal, responsable de la redistribución de la riqueza, no la ciencia o la economía.

La seguridad alimentaria no puede ser garantizada país por país y de forma aislada. Por eso, las condiciones de intercambio comercial impactan la alimentación. Ya en la Roma antigua, el trigo de Egipto aseguraba la paz social. Por eso mismo, la reconciliación internacional, marcada por la caída del muro de Berlín, en 1989, y el surgimiento de la globalización crearon condiciones históricas idóneas para que la humanidad pudiera plantearse superar el gran desafío histórico del hambre. Fue el bono de la paz.

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Artículo publicado en periódico La Nación, 29 de mayo 2022.
La autora es coordinadora de OCEX y catedrática de la UNED

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