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POR VELIA GOVAERE - ACTUALIZADO EL 24 DE OCTUBRE DE 2016 A: 12:00 A.M.

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En la mayoría de los estados, las encuestas muestran un electorado que ya decidió su voto

 

Bravuconadas machistas están salvando la campaña de Hillary. La dignidad de las mujeres tomó por asalto la palestra pública. La primera vez que los norteamericanos tienen la posibilidad de elegir una mujer otros temas de fondo ceden la tribuna a la materia de género resumida en su primitiva esencia: la agresión sexual.


FiveThirtyEight (11/10/16) demostró que las mujeres decidirán la victoria de la decencia en esta campaña. Hizo una simulación estadística que habla por sí misma. ¿Qué pasaría si solo pudieran votar las mujeres y quién ganaría las elecciones si solo votaran los varones, como era el caso hasta 1920?
El resultado de esos dos ejercicios lo dice todo: si solo votaran las mujeres, Hillary arrasaría con 458 votos electorales, contra 80 de Trump. Eso dice mucho del empoderamiento de las mujeres.


Pero algo menos mencionado señala que todavía hay camino por recorrer: entre las mujeres de menor nivel educativo, desgraciadamente, sigue ganandoTrump. Por otra parte, si solo votaran los hombres, Trump vencería con 350 votos electorales contra 188.


Eso refleja el descontento de la clase obrera y media baja, con salarios en un nivel más bajo que durante el gobierno de Nixon, en plena guerra de Vietnam.


Aspecto fundamental. Pero, con todo y su relevancia cultural y humana, la equidad de género no agota el espacio del problema en juego el 8 de noviembre.

 

Una alarmante arista del debate norteamericano se fue quedando escondida y la posible victoria de Hillary no aclara todos los nublados del día.

Mucho está en juego todavía y su liderazgo aún no alcanza a resolver algo estratégico y fundamental. ¿Estamos al final de varias décadas del consenso bipartidista en comercio exterior, pivote del mundo globalizado que vivimos? No podemos excluir peligrosas concesiones al furioso populismo nacionalista de curso obligado en todas las tiendas políticas y en todas las geografías.


El nerviosismo de la candidata demócrata, a la defensiva en temas de comercio internacional, es preocupante. En estas elecciones, jamás la hemos visto defender, como candidata, lo que hace apenas tres años acreditaba con orgullo, como parte de su visión: “Mi sueño es un mercado común hemisférico, con libre comercio y fronteras abiertas, en algún momento en el futuro”.


Esas palabras ya no son las suyas. Al menos no abiertamente. Ya tampoco defiende, como lo hizo antes, el Acuerdo Transpacífico, que otrora fuera componente estratégico de su propuesta como secretaria de Estado.


Su discurso es distinto, después de ver cómo Sanders cosechaba atractivo abonando prejuicios en la creciente corriente aislacionista y antiglobalización que se respira entre los demócratas norteamericanos.


Cambio de discurso. Escépticos al libre comercio, como candidatos, y convertidos en creyentes, como presidentes, es un giro que forma parte del ritual tradicional de los demócratas, desde Bill Clinton hasta Barack Obama.


Para fortuna nuestra, una vez elegidos cambiaron su discurso y pasaron a defender lo que antes criticaron: acuerdos comerciales negociados por sus antecesores, como Nafta, en el caso de Clinton, y los TLC con Colombia, Panamá y República de Corea, en el caso de Obama.
Tener un doble discurso, uno en privado y otro en público, le fue cuestionado a Hillary en el primer debate. Ella defendió la necesidad que tienen los dirigentes de no revelar todas sus cartas, so pena de perder partidas estratégicas.


Lo hizo apoyándose en el antecedente de Lincoln y las contorsiones que tuvo que hacer, diciendo una cosa y haciendo otra para lograr la abolición de la esclavitud. Como si la consistencia mesurada fuera componente esencial de la política.


Algunos apuntan a ese expediente para tranquilizarnos en materia comercial, en caso de una victoria demócrata. Pero ese no es necesariamente el caso porque el escenario de Hillary es diferente. No solo porque tanto ella como Sanders, Obama y Biden, siendo senadores, votaron contra el TLC con República Dominicana y Centroamérica, sino porque esta vez existe toda una corriente de opinión, nacional e internacional, de populismo nacionalista antiglobalización.


Esa es la diferencia entre el ritual demócrata habitual y el enigma que esconde la esfinge entre los interrogantes que esperan a su gobierno.


Ventaja de Hillary. En otras áreas, la victoria de Hillary es un viento de esperanzas: seguridad social para todos, fiscalidad progresiva, mayor salario mínimo, impulso a la educación, defensa de los inmigrantes, educación dual.
En cambio, Trump es un peligro sin nada que lo redima. Pero en resultados totalmente disparatados, tanto en focus group como en encuesta en línea, Hillary ganó el último debate, pero Trump siguió convenciendo indecisos un poco más que ella.
Dichosamente, Hillary aventaja a Donald en intención de votos. Pero eso dice poco porque en Estados Unidos el voto popular no es lo que cuenta. Gore tuvo mayor apoyo y perdió las elecciones contra Bush, quien ganó, en el 2000, con más de medio millón de votos menos.


Lo que decide son los votos electorales, 538 en total. Se ganan por paquetes enteros. Quien gana en un Estado se lleva todos los votos electorales que ahí corresponden. Quien alcance 270 gana.


En la mayor parte de los estados, las encuestas muestran un electorado que ya decidió su voto. Hillary pareciera contar con sólidos 289 votos electorales. Con eso sería ganadora. Eso sin contar con los 29 votos de Florida que se inclinan cada vez más por ella. Y en muchos otros estados oscilantes está tablas con Trump.


La posibilidad de una victoria de Hillary me enorgullece, no solo por ser mujer, sino porque defiende las causas justas. La equidad electoral de raza llegó 50 años antes que el sufragio femenino y la competencia y experiencia de una mujer tuvo que hacer cola detrás de la retórica de un afroamericano.


Como presidenta, Hillary rompería el último techo de cristal. Pero tendrá sobre sus hombros una responsabilidad histórica que va con la triste condición humana: ser mucho mejor para demostrar que es igual.


La autora es catedrática de la UNED.