China y nosotros con humildad

LLM. VELIA GOVAERE VICARIOLI
Cordinadora, OCEX-UNED
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.


Conclusiones Velia GovaereEl libro de Patricia nos presenta el desafío de valorar, con una mirada menos autocomplaciente y, sobre todo, culturalmente adecuada las diferencias que existen entre nuestra forma de gobierno y la china. Sin caer en una especie de relativismo democrático de nuestros valores, hay razón de mirar con respeto y, tal vez, también con admiración ese experimento en curso, donde el desarrollo económico, social, político y humano, caminan de forma desigual, como siempre caminan todos los desarrollos de la historia.

Debo notar, antes de seguir, que las diferencias de occidente con oriente son de vieja data y no son producto de voluntariosos diseños administrativos. Son diferencias que se manifiestan en las ideologías, pero vienen de más lejos, arraigadas en ancestrales sistemas de producción, de los que derivaron éticas sociales y visiones colectivas diferentes.


Si tomamos como punto de comparación el nacimiento de Cristo, la civilización occidental estaba regida entonces por sociedades de producción esclavista, con un sistema productivo anquilosado y deficiente, que vivía prioritariamente de la rapiña. Julio Cesar, el gran conquistador de las Galias, fue también uno de los grandes genocidas, cerca de 3 millones de hombres, mujeres, niños y ancianos masacrados y más de dos millones de personas desplazadas y esclavizadas. Pero el trabajo esclavo no era capaz de producir lo suficiente, ni siquiera para la alimentación de Roma. Para eso necesitó saquear la gran civilización hidráulica de occidente, Egipto, cuyo trigo aseguraba su sustento. 


China nació de otro tipo de modo de producción, llamada por Karl Wittfogel, “civilización hidráulica”. Basaba su producción agrícola en el manejo administrativo y social de grandes inundaciones de ríos, que desdibujaban los lindantes de las propiedades individuales y obligaban a gigantescos trabajos comunitarios. Ahí el progreso de todos era el único que aseguraba el progreso de cada uno. La sociedad hidráulica demandaba un complejo sistema administrativo, donde la eficiencia era esencial, no la fuerza. Eso marcó una fuerte diferencia con la rapiña esclavista militar romana o la esclavitud griega, nuestro gran antecedente cultural occidental. Mientras en occidente la carrera militar apuntalaba el progreso personal, en China se desarrollaba el ascenso social por educación y mérito, el mandarinato, complejo sistema administrativo al que podía acceder cualquiera, sin importar la humildad de su origen. Para ello muchas familias reunían sus escasas pertenencias para lograr que el hijo mejor dotado de ellas pudiera pagarse los estudios en las escuelas de mandarinato y pasar el examen que le daba acceso al sistema administrativo, para ascenso social de todos. Era un ascenso basado primero en la educación y segundo en el mérito, todo fundado y dirigido hacia el mejor funcionamiento colectivo.


Ahí notamos grandes contrastes de paradigmas. La aventura militar y la figura del héroe aquí, el liderazgo social allá. La libertad personal aquí, la responsabilidad colectiva allá. El individuo es aquí el centro, allá lo determinante es lo colectivo. Aquí el interés personal prevalece, allá priva el interés social. De ahí se derivan diferentes éticas y también imaginarios colectivos. Patricia nos invita a comprender esos contrastes.

- El milagro chino no es solamente chino

Tengamos una cosa clara, el milagro chino, siendo chino, no es solamente mérito chino. Es el resultado, también, de la respuesta internacional a su apertura económica y a las oportunidades que ofrecía de mano de obra super abundante, muy barata. Al abrir sus fronteras, la inversión internacional no se hizo esperar. China se convirtió en la fábrica barata del mundo. Made in China es el paradigma más poderoso de la producción manufacturera del mundo actual. Les cuento un ejemplo: Adidas y Puma son la herencia de dos hermanos. Uno se quedó en Alemania y casi quiebra. Otro se fue a producir zapatos a China e invadió al mundo. Ahora los dos están en China.

Por eso precisa poner un poquito de sal en esa descripción tan dulce del milagro chino. Sería inimaginable el “milagro chino” sin la gigantesca inversión occidental. Imagínense la maravilla de invertir en una fábrica sin prohibición de trabajo infantil, sin derecho a huelga, sin sindicatos, sin límites de jornada laboral. Un paraíso capitalista en el último reducto marxista. Esas cosas están cambiando. Ya existe una ley laboral, los salarios están subiendo y mejorando las condiciones laborales. Pero sería tapar el sol con un dedo intentar ignorar que, según un reporte actual, elaborado cuidadosamente por la sección de responsabilidad social empresarial de la compañía Apple, se da trabajo infantil en 10% de las fábricas proveedoras de Apple, se obliga a usar disolvente neurotóxico para pulir “más rápido” las pantallas de los iPhone, hubo una ola de suicidios en las fábricas de Shenzhen, hay jornadas laborales de 12 horas diarias, en muchas partes, como en los mejores tiempos del nacimiento del capitalismo. El milagro chino sigue siendo enormemente dependiente de occidente y necesita mejorar su imagen internacional, para mantener un armonioso y flujo de inversión sostenible. Es decir, para los inversionistas los intereses económicos priman sobre consideraciones de “derechos humanos” o laborales.

Sin embargo, una violación sistémica de los derechos de la población no sólo haría al sistema internamente insostenible, sino que dificultaría la relación de China con occidente, dado el repudio que produciría en sus poblaciones. De ahí que se han ido observando importantes avances, en los últimos años, en temas de derechos humanos y laborales, provocados al mismo tiempo por la presión de occidente, por la propia evolución de una población cada vez más consciente de sus derechos y por un sistema político que si no es más democrático, por lo menos es cada vez más inteligente.

- China tiene un sistema político inteligente

La computación nos ha traído la definición de lo que podríamos llamar un sistema inteligente en redes. Es aquel sistema de conexiones de redes que tiene capacidad de aprender tanto de su entorno, como de sus propias acciones y ese aprender se manifiesta en la modificación de conductas aumentando su eficiencia y conectándose cada vez más con redes, a su vez, cada vez más inteligentes.
Patricia nos ofrece en su trabajo la demostración de que China es un sistema político inteligente. Recibe insumos desde abajo que son reacciones a sus iniciativas desde arriba y ofrece modificaciones de conducta desde arriba, que responden a esos insumos de abajo. Todo eso en procesos colectivos de redes. Ahí la diversidad convive en armonía con instrumentos de rectificación orientados muchas veces por medio de la reivindicación y la protesta personal y colectiva. Su sistema jurídico deriva de estos choques y evoluciona hacia la independencia de los órganos del partido, a quienes sirve de control, por lo menos en sus niveles inferiores.

Contrarresta a esa tendencia, claramente positiva, la supervivencia, en China, de todos los males de una burocracia que sabe aprovechar los dispositivos de su control político indiscutido para niveles extraordinarios de corrupción. La ausencia de controles llega, muchas veces a situaciones que desvalorizan la misma producción china. Así ocurrió con la melanina en la leche o con juguetes con plomo, o pastas dental contaminada. Muy eficientes en su producción pero laxos en su control. Se descubrió la contaminación sólo gracias a los controles del sistema de protección al consumidor de los Estados Unidos y entonces… O sea, una de cal y otra de arena.

- La democracia es siempre un proceso evolutivo

El trabajo de Patricia nos invita a reflexionar, con humildad, sobre la supuesta superioridad de nuestro sistema democrático, tullido y en muletas, que pierde legitimidad por su inoperancia, frente a la agilidad de una gobernanza china dirigida, que deriva su legitimidad de su eficacia en satisfacer necesidades, alimentar nuevas visiones sociales, aunque su forma política sea una “dictadura ilustrada”.

No nos debería ser tan ajena esa concepción. En Europa la democracia no nació como un sistema acabado sino que fue también producto de una evolución en proceso, con avances y retrocesos. Curiosamente, la democracia más eficiente de Europa no fue la que nació de una revolución, la francesa. Francia tuvo que esperar 82 años después de la Bastilla, para tener su primer gobierno democrático. El proceso de consolidación de la democracia pasó preferiblemente antes por “monarquías ilustradas”, gobiernos autoritarios, dictatoriales incluso, en los que las Asambleas fueron lentamente pasando de cuerpos consultivos a cuerpos directamente legislativos. Por eso no nos tiene por qué extrañar que, en China, el proceso democrático también camine, como lo hizo en occidente, de la mano de un gobierno de fuerza, como lo fue Bismark en la pujante Alemania.

No existe “democracia” sin procesos, como si fuera una receta de cocina. Por eso, el libro de Patricia nos invita a ver el proceso de evolución de China hacia “su propia forma de democracia”.

Nuestra democracia disfuncional frente a la dictadura funcional china

Decía Hegel que el sistema de gobierno al que tiende la especie humana es aquel en el que se crean mejores mecanismos para asegurar el reconocimiento personal y colectivo, que es la característica que más distingue a la humanidad. Esto demanda un sistema político que tome en cuenta los aportes de todos en las decisiones políticas, que tenga mecanismos de control del abuso y que garantice de libertad de emisión y circulación del pensamiento de cualquiera, dentro de un entorno de derechos y obligaciones, con un sistema imparcial de justicia.

China queda, sin duda alguna, todavía debiendo mucho a una visión democrática. Pero esa deuda NO es necesariamente la que nosotros definimos desde nuestros prejuicios, sino la que la propia población china irá, sin duda, planteando como desafío. La democracia no es un fin en sí mismo, sino un medio para asegurar soberanía, producción y cohesión social de convivencia satisfactoria, estable y pacífica. Si sólo tenemos las formas, pero no llenamos los contenidos, tenemos un cascarón de sistema político disfuncional, bajo el soberano nombre de democracia.

Decía Deng Xiaoping, y lo cita también Patricia, que lo importante no es que el gato sea blanco o negro; mientras pueda cazar ratones, es un buen gato.

China no tiene una democracia formal. Patricia nos plantea que vive un proceso y que camina hacia ella. ¡Ojalá sea así! Pero China llena muchos objetivos democráticos, que nosotros no necesariamente llenamos: participación social cada vez mayor en la toma de decisiones colectivas, ascenso social basado en el mérito, superación continua de la pobreza de grandes segmentos, crecimiento económico, clase política eficiente y construcción de una clase media pujante. China es un gato pardo, sin color claramente definido y para nosotros probablemente no sería la mascota ideal. Pero definitivamente sabe cazar ratones.

Nosotros tenemos una sólida democracia formal: Estado de derecho, libertad de opinión y de prensa, recurso legal frente a los abusos privados y estatales, separación de poderes y procesos electorales. Tenemos lo formal, pero adolecemos de una incapacidad crónica de utilizar a plenitud esos instrumentos para asegurar de la mejor manera el progreso de todos. Más bien construimos una sociedad dual, cada vez más desigual, tanto en las familias como en el aparato productivo. Nuestro sistema de formalismos se deslegitima en el plato de comida de los más pobres. Paralizados como estamos por la confrontación ideológica, el interés de las minorías políticas prevalece sobre los intereses de las mayorías. Nosotros somos un lindo gatito azul, blanco y rojo, pero ya nos olvidamos cómo cazar ratones.

Hace bien China en no seguir nuestras recetas y mal haríamos nosotros, con nuestra democracia de parálisis contenciosa, en ponernos a pontificar, desde nuestra disfuncionalidad democrática, contra la “dictadura” de consensos operativos funcionales de China.

Muchas Gracias